10 abril 2007


Acaba de terminar semana santa y para mi alma fueron unos días de paz, como hace muchos no tenía, el fantasma de la crisis no me dejó, pero tampoco me dejé influenciar; solo decidí vivir, vivir la semana santa a mi manera, en contacto conmigo misma y con los que amo tratando de descubrir en ellos aquel Cristo que sufre y luego triunfa sobre la muerte; aquel Cristo redentor que un día me tomó por los brazos y me levantó del suelo enseñándome otra vez a caminar con la paciencia que solo quien ama puede entregar, quise encontrarme con ese Cristo que un día conocí en mi vida, del cual me enamoré y decidí seguir y amar; aquel que no me pide nada a cambio ni me exige ni se avergüenza ni se incomoda conmigo; aquel Cristo amor, que día con día me recuerda que jamás, pase lo que pase, jamás dejará de tomar mi mano cuando tenga miedo, que jamás dejará de susurrar palabras de aliento a mi oído cuando esté cansada, que jamás haga lo que haga dejará de amarme, aquel que hace nuevas todas las cosas, aquel que me recuerda que siempre hay un mañana que solo hay que tener paciencia para esperarlo, aquel que es niño, hombre y divinidad a la vez; aquel a quien pido todas las noches que no deje de bendecir mi vida y mi hogar; aquel a quien tanto amo, aquel a quien a veces alterada, triste y decepcionada insulto y grito y maltrato; aquel que un día fue capaz de dar la vida por esta pecadora que tendría que habitar este mundo 2000 años después; aquel que me enseñó que el amor duele a veces; aquel que me enseñó que para vivir primero es preciso morir.

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